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Anonymous
El público tiene una compleja relación con sus abogados. ¿Cómo es posible que tantos norteamericanos los desprecien —como si todos fueran gárgolas en ambulancia persiguiendo trajes brillantes— mientras acuden en tropel a programas de entretenimiento que celebran a los abogados? ¿Puede ser su disgusto instintivo por la profesión legal lo que se traduce en admiración por los abogados éticamente superiores de las series de televisión, de la misma manera que los espectadores pueden dar la bienvenida al edificante y angustiado idealismo de la multitud de la Casa Blanca en "El Oeste" como refugio del cinismo de la política de la vida real? Más censurable que hasta los medios, políticos y liberales (la otra palabra clave), los abogados se han convertido en el chivo expiatorio preferido durante esta tortuosamente prolongada y pleita elección presidencial que se está llevando a cabo en las salas de audiencias.
